HUBO UN DÍA, NO MUY DISTANTE, INMEDIATAMENTE ANTES DE LA II GUERRA MUNDIAL, EN EL QUE CASI TODOS LOS PERIODISTAS, AUNQUE FUERAMOS TAL VEZ TRABAJADORES DE CUELLO BLANCO POR NUESTRA PROFESIÓN, OBTENÍAMOS SALARIOS DE OBREROS NO ESPECIALIZADOS. FORMÁBAMOS PARTE DE LA GENTE CORRIENTE. BEBÍAMOS EN NUESTROS BARES CON NUESTROS AMIGOS, LOS POLICÍAS Y LOS BOMBEROS, LOS POLÍTICOS MERCENARIOS DEL AYUNTAMIENTO, EL VENDEDOR DE ZAPATOS Y LOS DEPENDIENTES. SUFRIAMOS LAS MISMAS LIMITACIONES PRESUPUESTARIAS, LAS MISMAS INDIGNIDADES BUROCRÁTICAS , HACÍAMOS COLA EN LOS MISMOS SITIOS. PODIAMOS IDENTIFICARNOS CON EL HOMBRE DE LA CALLE PORQUE NOSOTROS ERAMOS ÉL”.
(WALTER CRONKITE, MEMORIAS DE UN REPORTERO, 1997)
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